La aceptación puede mitigar la pérdida de un sentido

Hipoacusia en adultos mayores. El 31 por ciento de mayores de 65 años padece hipoacusia. Especialistas advierten sobre el impacto social, cognitivo y afectivo de esta patología.

a tercera parte de las personas mayores de 65 años padece pérdida de audición discapacitante. Así lo estima la Organización Mundial de la Salud, entidad que señala que uno de cada tres adultos mayores de 65 años tiene hipoacusia neurosensorial discapacitante (HNS).

Una pérdida discapacitante de ese sentido es aquella superior a 40dB (decibeles) en el oído con mejor audición en los adultos. La hipoacusia es la disminución de la capacidad auditiva, la cual permite adquirir el lenguaje oral. La hipoacusia neurosensorial es causada por el daño a estas células especiales o a las fibras nerviosas en el oído interno. Algunas veces, es ocasionada por el daño al nervio que lleva las señales al cerebro. Su principal causa es el envejecimiento y se denomina “presbiacusia”.

En general, comienza a afectar alrededor de los 65 años y a medida que avanza la edad se hace más frecuente y, además, más severa. “El envejecimiento general de la población, debido a un marcado aumento de la expectativa de vida, ha hecho que esta sea la causa más frecuente en la actualidad de hipoacusia neurosensorial en el hombre”, explica Mauro Zernotti, jefe del servicio de Otorrinolaringología del Sanatorio Allende.

Entre las enfermedades que aceleran el envejecimiento pueden mencionarse las enfermedades crónicas, como hipercolesterolemia, diabetes, hipertensión y cardiopatía, que son más comunes en el adulto mayor. Además de la presencia de hábitos dañinos para la salud, como el sedentarismo, el excesivo consumo de grasas, el estrés y la exposición a ruidos intensos, advierte Zernotti.

“En Estados Unidos, el 80 por ciento de los hipoacúsicos son mayores de 65 años y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), mientras que en 2005 había 560 millones de hipoacúsicos en el mundo, en 2015 hay 700 millones a nivel mundial”, destaca Carlos Curet, profesor Titular de la cátedra de Otorrinolaringología de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba, especialista en otorrinolaringología, otoaudiólogo y doctor en Medicina.

Primeras señales

Los primeros síntomas de la presbiacusia son los acúfenos o tinnitus, es decir, la presencia de zumbidos en la cabeza. “Es el primer síntoma que aparece y habitualmente es ignorado por los adultos mayores, luego comienza la mala discriminación. Es decir, el paciente escucha todo, pero le cuesta entender o discriminar la palabra, lo que genera confusión, repeticiones y malestar. Finalmente, aparece la hipoacusia cuando ya avanzó demasiado la sordera”, señala Zernotti.

Si se considera el deterioro de audición según pasan los años, los especialistas indican que se pierden cinco decibeles por cada década de vida. Entre sus consecuencias inmediatas están los cambios de humor, depresión y aislamiento producto de la falta de integración y comunicación que tienen por su sordera.

“Para que las hipoacusias sean discapacitantes, tienen que afectar la comunicación auditivo-oral e impedir la comunicación hablada aún con audífonos”, señala Carlos 
Curet.

Para el diagnóstico, el especialista tiene que formular ciertas preguntas vinculadas con la autopercepción, como las siguientes: “¿Tiene usted alguna dificultad para discriminar o entender cuando le hablan?; ¿hay que repetirle?; ¿siente que escucha menos?; ¿tiene dificultades de comunicación en la vida diaria?; ¿tiene pérdida o disminución de memoria auditiva?”.

“A veces, el paciente escuchó algo, pero no es la palabra exacta, las vocales dan volumen y las consonantes dan inteligibilidad y entendimiento del habla”, indica Curet. Y describe: “Si una persona tiene 40 ó 50 por ciento de hipoacusia, podrá escuchar, pero no entenderá, no podrá discriminar porque procesó parcial y deficitariamente la información, y no lo grabó porque está insegura; su memoria de lo que recibe por el canal de audición es delgado”.

En la hipoacusia, la comunicación empeora en ambientes de ruido y laborales. Como la memoria graba y registra menos lo que se habla –y esto lleva a una disminución de la actividad social– se produce también un deterioro cognitivo, alteraciones conductuales y, cuando hay zumbidos, también del sueño. Además, puede ocasionar depresión y también suele contribuir a la aparición de la demencia senil.

“El oído es el vínculo, pero las que te hacen discriminar y comprender son las áreas auditivas que están en el lóbulo temporal del cerebro. Cuando se alteran, en el proceso central de la audición, la persona oye pero no entiende bien y el problema se agrava”, agrega Curet.

Otra de las consecuencias es el aislamiento que lleva a la depresión, ya que “la pérdida auditiva no permite comunicarse con normalidad y esto hace que en lo social muchas veces la persona prefiera no participar en actividades que siempre realizó como ir a reuniones familiares, o de trabajo, asistir a espectáculos, a la iglesia”, explica Fernanda Di Gregorio, especialista en otorrinolaringología y directora médica de Ótico.

En cuanto a los estudios para detectar esta patología, Zernotti agrega: “Una simple audiometría, es decir, un estudio de la agudeza auditiva, que es sencillo, rápido y accesible nos permite conocer y detectar a tiempo hipoacusia”. “Además, la logoaudiometria completa estos estudios. En este estudio se le dicen al paciente palabras sencillas para evaluar cuanto discrimina”, explica.

Visita al especialista

Cuando escuchamos mejor en los ambientes silenciosos que en los ruidosos es importante hacer una visita al médico especialista para que haga un examen de ORL, un análisis otoaudiológico y exámenes complementarios. “Un diabético, o hipertenso arterial, o alguien que tiene el colesterol y los triglicéridos elevados, también tiene más riesgo de tener pérdidas auditivas, porque afecta la biología de los nutrientes, la circulación y la oxigenación de un órgano que está lleno de células nerviosas, que sufren la privación de esos elementos esenciales, para su vitalidad”, apunta Curet.

Después de la visita al otólogo, en caso de que sea indicada, el paciente debe seguir un tratamiento farmacológico.

“En el caso de que se prescriban audífonos, es importante adaptarlos y seleccionarlos a través de sistemas computarizados que permiten probar distintas calibraciones para que se corrija el perfil de la pérdida auditiva. Las fonoaudiólogas toman un periodo de dos semanas para adaptación y contención al uso de audífonos”, agrega Curet.

La posibilidad de realizar implantes cocleares es la última instancia que tiene el paciente. Si califica para el implante coclear, se necesita hacer rehabilitación con fonoaudiólogo y psicólogo, porque esto disminuye el aislamiento social y aumenta la calidad de vida del paciente. “El adulto mayor también tiene derecho a los programas de implantes cloqueares”, defiende Curet.

Para incorporar un implante coclear, el paciente debe estar lúcido, tener un buen estado clínico y poseer condiciones quirúrgicas para la intervención. Es necesario hacer evaluaciones previas con un enfoque multidisciplinario. “Hay que evaluar la capacidad intelectual y la memoria, el procesamiento central de la audición, además de la pérdida auditiva. Estos implantes son las nuevas indicaciones a nivel internacional porque mejoran su calidad de vida”, asevera Curet.

Los trastornos cognitivos o deterioros o demencias seniles pueden estar asociados a la falta de audición. Los problemas de comunicación producen aislamiento, incluso en quienes tienen todavía una vida laboral activa, lo cual –se cree– puede ser un factor coadyuvante de deterioro cognitivo. Estas personas ven disminuida, en mayor o menor grado, su autonomía personal, su capacidad para realizar de forma independiente las actividades de la vida 
diaria.